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El mundo, tal y como lo conocemos, está a punto de cambiar. Tecnologías como la impresión 3D pueden revertir la producción offshore; las plataformas de elearningdemocratizan el acceso a la educación y mejoran la preparación de médicos e ingenieros de cualquier rincón del mundo; y el rápido despliegue de smartphones ha favorecido la aparición de multitud de nuevos modelos de negocio, con muy bajas barreras de entrada. Las nuevas tecnologías están acelerando la transición de una era basada en el capital a una apoyada en el talento. Y es en esta transición donde los países del Tercer Mundo pueden cambiar su suerte.
Según el informe Digital Finance for All, elaborado por la consultora McKinsey, las tecnologías financieras jugarán un papel fundamental en el próximo desarrollo de los países más desfavorecidos. Según sus cálculos, impulsarán el crecimiento de estas economías un 6% para 2025, unos 3,7 billones de dólares, equivalente al PIB de Alemania. Y lo que es más importante: mejorarán la calidad de vida de más de 1.000 millones de personas.
«Las tecnologías tienen el potencial de proveer de acceso a financiación, por primera vez, a 1.600 millones de personas, de los que más de la mitad son mujeres (…). Los ciudadanos de pueblos y ciudades ya no necesitan pasar valiosas horas de trabajo haciendo cola en un banco, y los hogares rurales pueden renunciar a los viajes a las ciudades cercanas y dedicar más tiempo a actividades de generación de ingresos. MGI estima que los países emergentes podrían ahorrar 12.000 millones de horas al año gracias a las tecnologías digitales», señala el citado informe.
BENEFICIO PARA LAS PYMES
Según McKinsey, las herramientas podrían desencadenar la emisión de 2,1 billones de dólares en préstamos a particulares y pequeñas empresas, cifra casi idéntica a la que bajara el World Economic Forum en su trabajo The Future of FinTech: A Paradigm Shift in Small Business Finance, publicado en octubre de 2015. «Las pymes sufren la dificultad de acceso a crédito, incluso, cuando se trata de pequeñas cantidades», resaltó entonces Michael Koenitzer, responsable del proyecto de inclusión financiera del WEF. «Los disruptores fintech están ayudando a reducir ese vacío que existe entre la financiación bancaria y la inversión de capital riesgo», agregó.
Los propios gobiernos de los países emergentes se verían beneficiados, según McKinsey, reduciendo en 110.000 millones de dólares las «fugas» en el gasto y la recaudación de impuestos.
Para los proveedores de servicios financieros, por su parte, el coste de operar digitalmente con sus clientes resulta entre un 80% y 90% inferior al uso de oficinas físicas.
Lo más esperanzador es que el potencial de crecimiento económico que ofrecen estas tecnologías es mayor en los países más pobres, pudiendo impulsar su PIB en hasta un 10% ó 12%. «En lugar de esperar una generación a que se reduzca la brecha de la inclusión financiera, los países en desarrollo pueden sacar partido de los teléfonos móviles para ofrecer servicios financieros a la inmensa mayoría de sus ciudadanos, en el plazo de una década», propone Susan Lund, socia de McKinsey Global Institute y coautora del informe.